Hoy se cumplen 80 años de uno de los hechos más representativos y
dramáticos de España durante su
infausta Guerra Civil. El 12 de
octubre de 1936, don Miguel de Unamuno y Jugo protagoniza el
Incidente de Salamanca que marca el
inicio de la última destitución que sufre en su vida a causa de su
independencia moral y su rebeldía ante los atropellos, que dibuja de cuerpo
entero a los dictadores que irían a perpetuarse en el poder hasta 1976.
Miguel de Unamuno, escritor y filósofo español de la Generación del 98, nacido en Bilbao
en 1864, militó en un movimiento socialista de su ciudad natal desde 1894 a
1897 cuando renuncia decepcionado. En 1900 es nombrado Rector de la Universidad de Salamanca y fue
destituido en 1914 por causas políticas. Es tenaz opositor al Rey Alfonso XIII y al Jefe de Gobierno Primo de Rivera lo que le causa
persecuciones y castigos. En 1931 proclama la República en Salamanca, es repuesto en el rectorado de la Universidad y elegido
diputado por la coalición republicana – socialista. Vienen los desencantos, su
toma de distancia y críticas a la reforma agraria, la política religiosa, la
clase política, el gobierno y a Manuel Azaña.
En 1936 dirige un llamamiento a los intelectuales europeos para
que apoyen a los sublevados porque representaban “la defensa de la civilización
occidental y de la tradición cristiana”. El presidente republicano, Manuel Azaña lo destituye, pero el
gobierno de Burgos ordena reponerlo.
Con el paso de los meses ve como dirigentes, políticos, autoridades,
sindicalistas y líderes religiosos son detenidos, encarcelados, torturados y
asesinados por los franquistas sin que pueda hacer nada por evitarlo.
El 12 de octubre de 1936, en la celebración del Día de la Raza, coincidente con la
ceremonia de apertura del curso académico se congregan numerosas personalidades
de las artes y de la política en el Paraninfo de la Universidad entre los que
destacaban Carmen Polo (esposa de Francisco Franco) y el general José Millán – Astray, fundador de la Legión Española y herido en 4
oportunidades en combate lo que le hizo perder el brazo izquierdo y el ojo
derecho. Precedieron a Unamuno en el uso de la palabra, José María Ramos Loscertales, el
dominico Vicente Beltrán de Heredia, Francisco Maldonado de Guevara y,
finalmente, José María Pemán quienes exaltaron al
Imperio Español, atacaron a catalanes y vascos y elogiaron al Ejército por su
“cruzada nacional” .
MILLÁN - ASTRAY |
Un indignado Unamuno
respondería: «Estáis esperando mis
palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio.
A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser
interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso —
por llamarlo de algún modo — del profesor Maldonado, que se encuentra entre
nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la
civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es
sólo una guerra incivil. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre
todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Dejaré
de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y
catalanes llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos
decir lo mismo. El señor obispo lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en
Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis
conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo toda mi vida enseñando
la lengua española, que no sabéis...».
Millán – Astray exclamaría “¡Muera la
inteligencia!. ¡Viva la Muerte! (lema de la Legión Española), ante lo que Unamuno
respondió: «Este es el templo de la inteligencia
y yo soy su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo
siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país.
Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque
para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os
falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en
España. He dicho».
Los últimos días de su vida, Unamuno señaló: “La barbarie es unánime. Es el régimen de terror por las dos partes.
España está asustada de sí misma, horrorizada. Ha brotado la lepra católica y
anticatólica. Aúllan y piden sangre los hunos y los hotros. Y aquí
está mi pobre España, se está desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo...
No he traicionado la
causa de la libertad. Pero es que, por ahora, es totalmente esencial que el
orden sea restaurado. Pero cualquier día me levantaré —pronto— y me lanzaré a
la lucha por la libertad, yo solo. No, no soy fascista ni bolchevique; soy un
solitario”.
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