Hoy se cumplieron 66 años de
un día negro para la Fiesta Brava, la muerte de Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, Manolete, uno de los dioses del toreo, su mito más representativo y
su leyenda majestuosa. Tras su muerte se ha escrito y debatido en diferentes
idiomas y desde muy diversas ópticas, pero todos coinciden en que el Mounstruo de Córdoba revolucionó el arte de torear, instaurando un antes y un
después de su presencia en los ruedos. Poseía un peculiar estilo vertical en la
muleta, unos singulares pases de perfil,
la mirada lánguida y serena, era pálido y acaso triste como lo
atestiguan las fotos de la época y las pinturas que se han hecho para
representar con arte, el cuerpo y alma de uno de los grandes de España. Transmitía austeridad,
haciéndole pensar al aficionado que todo lo tenía calculado con sus pases “al
hilo del pitón”, toreando mirando al tendido y con su soberbio estilo con el
capote y la muleta. Se erigía en héroe de la arena a expensas de darlo todo, de
ofrecerlo todo y todo por el toreo. Por eso hoy suena a inevitable profecía,
aquella frase suya al referirse a una de las cornadas sufrida en su carrera: “Sabía que el toro venía a por mi y no podía
moverme. Si lo hubiera hecho, no sería Manolete”.
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El jueves 28 de agosto de 1947, día en el que
se celebra a San Agustín, el Padre más grande de la Iglesia Católica,
(quien murió ese mismo día en Hipona,
Argelia el año 430), Manolete
alternaba en la plaza de Santa Margarita
de Linares, ante 10,500 espectadores, con Luis Miguel Dominguín y
Gitanillo de Triana II. Venía precedido de una gran polémica por su
ausencia de los ruedos y el anuncio de retiro; “Tengo que dejar el toreo, no puedo más porque más ya no puedo dar”.
Viste de rosa pálido y oro. El quinto de la tarde era un astado cornicorto de
495 Kgs, con la divisa de Eduardo Miura,
de poca casta, de color negro entrepelado y bragado, llamado Islero.
Manolete advierte sus defectos y le
pone la muleta abajo, alternando manoletinas, derechazos y ayudas por alto. A
la hora de matar, lo hizo de dentro a fuera, al volapié, muy despacio, marcando
todos los tiempos de la suerte suprema, hundiendo el estoque en el morrillo
hasta la empuñadura. Es ahí que el toro lo coge por la ingle con el pitón
derecho, lo llevó hacia arriba y cayó al suelo luego de dar vueltas. El animal
se dirige a las tablas donde dobló. Islero
había perforado el Triángulo de Scarpa afectando la arteria
femoral, con sección de la safena y otros vasos sanguíneos de la ingle derecha.
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