Muchas veces nuestro mayor sufrimiento se debe a que no queremos tener ningún sufrimiento. Rechazamos nuestro estado interno de dolor y así, a nuestra desdicha inicial le sumamos la frustración de ser desdichados. De tal manera, acabamos aislados, sin ganas de hacer cosas divertidas ni juntarnos con nuestros amigos y familiares.
Pero si en vez de rechazar nuestro estado interno de dolor, renunciamos a aquello a lo que nos aferrábamos; si pese a que nos sentimos mal, decidimos actuar y desafiar a nuestra depresión; probablemente recuperaremos la alegría de vivir. Ese es el primer paso para vencer la depresión.
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