El
25 de junio de 1868, el presidente de EEUU,
Andrew Johnson, promulgó la llamada Ley
Ingersoll, que consagraba el derecho de los empleados del gobierno
norteamericano a no trabajar más de ocho horas diarias. Al poco tiempo, 19
estados sancionaron leyes que permitían trabajar jornadas máximas de 8 y 10
horas (aunque siempre con cláusulas que permitían hacer trabajar a los obreros
entre 14 y 18 horas). La Ley Ingersoll amparaba sólo a los
burócratas del gobierno pero en los sectores productivos, la jornada promedio
seguía siendo de doce y hasta de catorce horas diarias. El movimiento obrero y
trabajador se decide a exigir que a partir del 1 de mayo de 1886 ningún ser
humano trabaje más de 8 horas por día, exigiendo que se cumpla con 8 horas de
trabajo, 8 horas de recreación y 8 horas de sueño.
Protestas frente a Mc Cormick |
El
1 de mayo de 1886, la huelga por la jornada de ocho horas estalló de este a
oeste en los Estados Unidos. Más de
cinco mil fábricas fueron paralizadas y 340 mil obreros salieron a calles y
plazas a manifestar su exigencia. Chicago
que era en esa época la segunda ciudad de EEUU,
ostentaba denigrantes condiciones de vida para sus trabajadores que laboraban
jornadas de 12, 14 y 16 horas diarias con pésimas condiciones de trabajo y de
vida. Durante la jornada de lucha fue uno de los puntos de mayor efervescencia
del país, liderados por la Asociación de
Trabajadores y Artesanos y la Unión Obrera Central, siendo sus
periódicos obreros los polos en torno a los cuales giraba la acción
reivindicativa de la población laboral. Las movilizaciones continuaron los días
2 y 3 de mayo en los que la única fábrica operando fue McCormick, productora de maquinaria agrícola que enfrentaba un
conflicto con sus trabajadores desde febrero y tenía personal contratado para
reemplazar a los huelguistas, llamados esquiroles o amarillos. El 3 de mayo
los manifestantes se lanzaron sobre los scabs (amarillos)
comenzando una batalla campal, ante lo cual, una compañía de policías, comenzó
a disparar sobre la gente produciendo seis muertos y decenas de heridos.
El
4 de mayo se concentraron en la Plaza Haymarket de Chicago, para repudiar la masacre, contando con autorización
municipal. 180 policías comenzaban a reprimir a los asistentes, cuando una
bomba estalla y mata a un agente, hiriendo varios más, ante lo cual las fuerzas del orden
abren fuego indiscriminadamente causando un número indeterminado de bajas. Se
decreta el estado de sitio y toque de queda, se hacen allanamientos, detenciones,
se fabricaron descubrimientos de arsenales de armas, escondites secretos y
hasta "un molde para fabricar torpedos navales" a lo que sucede una
feroz campaña de prensa y el posterior juicio amañado contra los dirigentes anarquistas
y socialistas de esa ciudad. Tres de ellos fueron condenados a prisión y cinco
fueron ahorcados el 11 de noviembre de 1887. Eran Georg Engel, tipógrafo y los periodistas Adolf Fischer, Albert Parsons y su esposa Lucy y August Spies. No
sólo se quería liquidar al movimiento obrero sino también la libertad de
expresión. El carpintero Louis Lingg, también condenado a muerte, se
suicidó en su propia celda. El mundo los conoció como los “Mártires de Chicago” y al 1 de mayo se le declaró Día Internacional del Trabajo por el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, celebrado en París en 1889.
Sin
embargo, a partir del mismo mayo de 1886 se comenzó a generalizar la jornada
laboral de 8 horas en todo los EEUU
y en el resto del mundo, obteniéndose en el siglo XX progresos laborales con
leyes para otorgar a los trabajadores derechos de respeto, retribución y amparo
social. En 1954 el Papa Pío XII apoyó
tácitamente esta jornada de memoria colectiva al declararla como festividad
de San José Obrero.
Paradójicamente en EEUU no es
festivo el 1 de mayo. Ellos celebran el primer viernes de septiembre el Labor Day que tiene su origen en un
desfile celebrado el 5 de septiembre de 1882 en Nueva York organizado
por los Noble Orden de los
Caballeros del Trabajo (Knights of Labor).
Vivan los mártires de Chicago y los mártires de Chile, Colombia, Brasil, Perú, Ecuador, Venezuela, Paraguay, Argentina, Uruguay y de todo el mundo que murieron defendiendo los derechos de los trabajadores que vivían el brutal abuso de las empresas y los gobiernos títeres.
ResponderEliminarRicardo, gracias por tu comunicación. Los luchadores sociales conquistaron espacios para las posteriores generaciones, igual que los precursores de la independencia y los libertadores. Honrar su memoria es un deber, así como emular sus ejemplos.
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